Muchos
no gustan de la poesía. ¿Por qué? Tengo una hipótesis. La poesía parece fácil de escribir, y cuando alguien se siente conmovido, nada le
impide sentarse a escribir un poema. Pero, contrario a la apariencia, la poesía no es fácil de escribir, y la mayoría de esos poemas son malos. Cuando
alguien se encuentra por casualidad con uno de ellos, piensa entonces que no le
gusta la poesía.
Sólo la conclusión es errada, pues hay muchos buenos poemas. Lo que ha
ocurrido es que esta persona - a la que pertenece la mayoría - no ha tenido la
experiencia de encontrar un poema que llegue en verdad a su vida.
¿Por
qué? Hay tantos cursos de literatura en el bachillerato, y antes, casi todos
hemos sabido de fábulas en verso, y hasta de canciones y poemas
escritos para personas con edades de un dígito.
Tengo
la impresión de que esos contactos iniciales, cuando no se viven como una
obligación, suelen experimentarse como una especie de juego, de las cosas
extrañas que se pueden hacer con el lenguaje, a la manera como un gimnasta de
circo nos deslumbra con su dominio de un cuerpo que no parecería diferente del
nuestro. A veces eso basta para que uno se vea seducido por el mundo poético ―a
mí me ocurrió― pero es poco probable.
En
la vida, la necesidad de poesía llega inesperadamente. En el momento en que experimentamos
algo con intensidad, sin encontrarlo ya prefigurado en el lenguaje convencional,
y nos sentimos impulsados a querer verlo puesto en palabras, estamos en necesidad
de poesía, es decir, en una situación propicia a lo poético.
El
llegar a esta condición requiere una cierta sensibilidad, y una actitud inicial
de desconfianza ante el lenguaje, que no es frecuente. Hay muchos que se
conforman con el lenguaje convencional y sus posibilidades. A ellos les quedará
difícil encontrarse con la poesía. Pero asumamos que tenemos esta sensibilidad
y esta actitud.
Si
entonces encontramos un buen poema que se acerque a expresar lo que estamos
viviendo, seguramente lo consideraremos
de valor. Ése será nuestro primer contacto íntimo, real, con la poesía.
Uno
notará, con seguridad, que ese poema no expresa cabalmente lo que hemos vivido.
Se acercará, pero no del todo. Si su deseo de lo que vivió sea escrito es muy
fuerte, intentará entonces escribirlo: será su primer poema.
Al
comienzo quedará deslumbrado por lo escrito, y lo guardará con veneración. Unos
días, semanas o meses después, lo encontrará, o quizá lo busque porque de
pronto recordó la experiencia, y vuelva al texto. Entonces hará una dolorosa
comprobación: es un poema malo. Porque la poesía es difícil de escribir.
¿Tendrá el coraje de reconocerlo? ¿Seguirá buscando otros poemas e intentando
escribir? ¿Tendrá la voluntad de estudiar para poder hacer la identificación de
las fallas y los posibles aciertos de lo que escribe? Si lo hace, comenzará a
abrírsele el camino de la poesía. Ojalá que el proceso descrito vuelva a pasar
muchas veces, y así, poco a poco, irá sabiendo qué es lo que puede escribir con acierto,
irá hallando un estilo. Si además tiene el valor de compartir sus textos con
otros que están en la misma tarea, y escuchar y valorar sus críticas, podrá
ganar algo de tiempo y sentirse en compañía. Si persiste, llegarán, con el tiempo, a
conocerle como un poeta.